La definición primaria de «mujer» es «hembra humana adulta«. Esto de ninguna manera debe leerse en un sentido peyorativo. Vivimos en sociedades complejas, pero los seres humanos seguimos siendo parte de la Naturaleza. Somos animales vertebrados, mamíferos, primates y como todos nuestros compañeros en la clasificación, nos reproducimos sexualmente.
«Sexo» es una palabra que en muchos idiomas tiene dos significados distintos, aunque relacionados. Hace referencia tanto al acto sexual necesario para la reproducción (o, al menos, lo era antes de los avances tecnológicos del siglo pasado) como a las clases de individuos necesarias para la reproducción. En esta segunda acepción, el sexo es dimorfo, es decir, se presenta en dos formas: individuos de la especie con capacidad potencial de gestar e individuos de la especie con capacidad potencial de fecundar. Esto es así en vegetales y en animales. En el ser humano, estas categorías son «mujer» (cromosomas: XX) y «hombre» (cromosomas: XY).
Esta realidad biológica, en principio puramente descriptiva, ha sido el origen del afán de control de los cuerpos de las mujeres desde tiempo inmemorial en las distintas sociedades humanas, por las posibilidades económicas y políticas que conlleva el trabajo femenino como sustento de la sociedad, además del control de la reproducción de una tribu o pueblo: tener más trabajadores o menos, más soldados o menos, etc. Porque todos los seres humanos (todos los que habitan ahora el planeta y todos los que alguna vez existieron) han nacido de una mujer, incluyendo el Hijo de Dios de una tradición tan poco feminista como la cristiana.
Con el tiempo y la evolución de las culturas, el control sobre las mujeres y sus cuerpos ha tomado diversas formas, no siempre violentas desde el punto de vista físico, aunque siempre impliquen violencia psicológica al implicar dominación y sometimiento. Para ser consideradas como «buenas mujeres», ellas deben, entre otras muchas cosas:
- Ceder su independencia al criterio superior de los hombres de su cultura;
- Mostrar las partes de su cuerpo que su cultura considere adecuadas, bajo pena de castigo u ostracismo;
- Ser valoradas por su aspecto y, por ello, dedicar horas y esfuerzo a su cuidado estético (horas que se dejan de emplear en el cultivo intelectual, reservado a los hombres).
«Para presumir, hay que sufrir».
Este constante recordatorio de tener un rol secundario y accesorio al hombre que se impone desde la más tierna infancia es lo que forma la experiencia vivida de ser mujer, la cual es prácticamente universal.
A esto se refería Simone de Beauvoir con su célebre afirmación: «La mujer no nace sino que llega a serlo«. De Beauvoir se refería a la imposición del recato y del concepto de «femininidad» como características artificiales: un adoctrinamiento realizado a las mujeres desde el nacimiento. Por eso sostenía que la mujer no podía comprenderse sin su historia, sin su infancia.
El condicionamiento a la mujer está tan naturalizado en la mayoría de las sociedades, tan vinculado inconscientemente a la condición femenina, que acaba siendo considerado por una gran parte de la población como una característica innata del sexo femenino. Y es aquí donde entra en juego el concepto de género, el cual es completamente artificial, creado por las sociedades humanas y distinto en diferentes lugares y momentos del tiempo.
Es decir, aunque mucha gente utiliza «sexo» y «género» indistintamente, estas palabras abarcan dos ámbitos radicalmente diferentes: el sexo es la realidad biológica de los seres humanos (reflejada en nuestros cromosomas y aparato reproductor), mientras que la palabra género se refiere a los estereotipos asociados a cada uno de los sexos (en otras palabras, una construcción social), que cambian según las épocas y las distintas culturas. Por ejemplo: en la sociedad occidental, los hombres no se visten con falda, a no ser que se trate de una fiesta de disfraces y estén «vestidos de mujer»; sin embargo, en la sociedad tradicional escocesa, el kilt era una prenda (con idéntica forma y función que una falda) que utilizaban los hombres exclusivamente.
Es el género y no el sexo, el que es asignado al nacer a los cachorros de la especie humana. En función de los genitales observados, se espera de los individuos de cada sexo un comportamiento definido y opuesto o se les impone una estética distinta (que suele ser especialmente dolorosa para las mujeres, como nos muestran las fotografías de esta página), a pesar de no haber nada en la codificación genética XX o XY que nos incline naturalmente a ello.
Mujeres sin maquillaje ni tacones:
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