2. Violencia contra las mujeres

En todo el mundo, en cualquier país y en cualquier momento, se producen episodios de «violencia de género», que es una forma suave de llamar a la violencia machista contra la mujer.

En España, la «violencia de género» está regulada en una Ley Orgánica que ve como especial agravante la violencia a mujeres por parte de hombres que son o han sido pareja de dichas mujeres. De manera que la ley se ocupa de una violencia que sufren principalmente las mujeres adultas.

El problema es que en el mundo se da una violencia constante contra las «personas mujer», no sólo a cualquier edad, sino incluso antes de nacer: se calcula que faltan más de 100 millones de mujeres en el mundo, especialmente en Asia, por haberse realizado tantos otros abortos selectivos a mujeres embarazadas de fetos-niña, las cuales fueron consideradas una futura carga para sus familias y ni siquiera llegaron a nacer.

Otras niñas sí llegan a este mundo pero son peor alimentadas, descuidadas, abandonadas, etc., por privilegiarse en las familias los cuidados de los niños, ya que serán ellos los que conserven el apellido y bienes de la familia en el futuro. Las niñas, en cambio, serán casadas y pasarán a formar parte de la familia del marido, abandonando el apellido paterno y dando hijos y nietos a otra estirpe familiar distinta de la propia.

Estos matrimonios puede que se produzcan a muy temprana edad: hay niñas casadas incluso antes de la pubertad o justo después de ella, por lo que no completan su escolarización y quedan condenadas a una vida de trabajo doméstico y dependencia económica y social completa de sus maridos.

Hay países en los que las mujeres no tienen derechos reconocidos como cualquier ciudadano, sino que se consideran como pertenecientes a una casta inferior. Recientemente he sabido que los hombres en Arabia Saudita tienen una app instalada en el móvil que puede impedir que las mujeres de su familia huyan del país: la tecnología puesta al servicio del patriarcado.

Todo lo anterior resulta ya insoportable, pero toda mujer sabe que hay, además, una amenaza latente en multitud de interacciones, que le hace de alguna manera «no bajar la guardia», ya que si algo le sucediese la sociedad la señalaría a ella («¿Cómo iba vestida», «¿Qué esperaba?»). Por supuesto, me refiero a la violencia sexual, que alcanza niveles de pandemia en el mundo. Esto no es ninguna exageración. Los últimos Premios Nobel de la Paz (2018) se han concedido a dos personas valientes que han hecho de la lucha contra la violencia sexual contra las mujeres su razón de vida: Denis Mukwege y Nadia Murad han vivido muy de cerca una violencia inenarrable. Murad en sus propias carnes, como esclava sexual del abyecto ISIS y Mukwege como ginecólogo en el Congo, donde el campo de batalla no es el territorio congoleño sino el cuerpo de las mujeres.

En el mundo occidental tenemos la fortuna de no estar en una zona de guerra, donde las leyes e instituciones han quedado suprimidas. En nuestros países tenemos un orden aparente que debe protegernos, pero siempre hay resquicios por donde se cuela la violencia contra la mujer, aunque sea en forma de intentos de regular la mercantilización de las mujeres en la prostitución o gestación subrogada («prostitución reproductiva», según Sheila Jeffreys).

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La lista de horrores continua: mutilación genital femenina, condenas de cárcel por haber sufrido un aborto, … Aquí no se trata de hacer un catálogo de desgracias con las que compadecernos sino de comprender la realidad de muchas de las ciudadanas del mundo.

Está claro que no sólo hay sufrimiento femenino. Hay hombres que sufren enormemente, como el pianista James Rhodes, quien padeció brutales abusos sexuales cuando era pequeño y aún se está recuperando de ese grandísimo trauma. Sin embargo, existe una diferencia entre la violencia contra las mujeres y el triste caso de Rhodes, en el sentido que la violencia que él experimentó no es una situación sistémica. La sociedad británica no acepta la pedofilia y no hay nadie preguntándose si Rhodes «provocó» de alguna manera al violador. Por otra parte, hay un gran número de hombres negros en los Estados Unidos que han sufrido violencia a manos de fuerzas de seguridad, llegando en muchos casos a ser asesinados y ésa sí es una cuestión que está basada en un sistema de valores perverso: el racismo. De manera que se pueden distinguir los casos de violencia que se producen de manera -más o menos- aislada y los casos en los que hay una motivación sistémica, es decir, casos que afectan a una multitud de individuos con características similares.

Todos los casos mencionados más arriba de violencia contra la mujer, suceden a mujeres y niñas por el simple hecho de ser mujeres en sociedades machistas. Nadie les pregunta «cómo se identifican». No es necesario. Es la biología femenina la que las señala.


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